Cuando tenía 12 años planté un
árbol. Como no soy fanática de las plantas, no me voy a olvidar más ese día.
Puse la semilla en la parte más fértil de todo el jardín con la esperanza de
que crezca y algún
día se convierta en un gran árbol, fuerte y resistente.
Con el paso del tiempo, gracias a mucho cuidado y dedicación, la
planta creció y se puso cada vez más alta y fuerte. Sus raíces eran gordas, las
hojas cada vez más verdes y enormes. Era el árbol más lindo de todo el jardín.
Todos los días lo regaba, me preocupaba porque tuviera sol y que nadie lo
toque. Tengo que confesar que muchas veces dejé de prestarle atención al resto
de mis plantas por ese árbol. Nada grave, muchas veces pasa, pero tuve algunos
reclamos…
Pasaron los años y la planta no
dejaba de crecer. Cada vez más linda y cuidada. Se bancó todo los climas:
el calor del verano, las heladas del invierno, las lluvias del otoño y la
humedad de la primavera. Pero nuestra complicidad seguía intacta. No había un
día que yo me olvide de ella y a su vez, ella siempre me contestaba con su
belleza y firmeza de siempre. Esa era su característica más notable: a pesar de
todo lo que pudiera pasar por el jardín (mal tiempo, pelotas de futbol, niños
pisándola, etc), ella seguía firme a la tierra como si nada hubiera pasado.
Hace una semana, hubo una gran
tormenta. De esas que dan miedo, con rayos y truenos. Por primera vez, las
raíces de mi árbol comenzaron a tambalear, algunas ramas volaron por el aire y
muchas hojas cayeron. Y yo no hice nada. Me quede sentada, mirando como uno de
los árboles más importantes de mi jardín se destruía de a poco. Había pasado
una semana y solo porque soy muy orgullosa no salí al jardín ni una vez, confiándome
en que se recuperaría solo. Pensaba que no merecía mi ayuda, que debía arreglársela
solo. Me equivoque. Después de unos días, me di cuenta lo mal que estaba y que
si no salía al jardín a ayudarlo podía marchitarse.
En ese momento me di cuenta la
importancia de ese árbol, de MÍ árbol. El jardín no sería lo mismo sin él.
Faltaría algo. Me aterra pensar que ese lugar quedaría vacío. Por eso, me puse
los mejores guantes, compre la mejor tierra y salí con la mejor regadera a
arreglar lo que había pasado. Nunca más voy a dejar que algo o alguien arruine
lo que tanto trabajo me costó construir. Va, no a mí sola. Fue un trabajo de
los dos. Prometo que desde hoy no voy a descuidar a ninguna de todas las
plantas de mi jardín, porque aunque sean pocas todas son importantes. Hoy,
arrepentida de no haber hecho nada para que esa tormenta arruine mi árbol,
aprendí el lugar que ocupa. Perdón por descuidarte, no voy a volver a correr el
riesgo de perderte.
Marzo, 2016.